miércoles, noviembre 22, 2017

¿Por qué?



¿Por qué ahora el cielo es siempre gris?
Eso se preguntaba Rafael el mirar por la ventana y reparar en el cielo plomizo que cubría la bahía que veía desde su ventana.
Desde que todo había empezado, daba la sensación de que el sol ya no se atrevía a salir.
Igual que les pasaba a los hombres. Los que no habían muerto, tenían miedo de salir. Miedo de los que estaban vivos. Y de los que no lo estaban…
¿Cómo había aguantado con vida hasta ahora?, se preguntaba. No lo sabía. Había visto a compañeros caer bajo las balas de otros humanos. O mordidos por los que alguna vez lo habían sido. Pero él no.
Tal vez fuera el instinto de supervivencia. El instinto de supervivencia es más fuerte que el miedo. Más fuerte que el hambre. Más fuerte que el cansancio, el sueño, el odio o el amor.
Más fuerte que el amor…
Ahora recordaba a Sara, la que había sido su novia hacía ya tiempo.
Cuando todo había empezado, habían podido mantenerse en contacto. Al principio, gracias a que los pisos de los dos eran lo bastante altos como para que fuera fácil defenderlos, habían resistido. Además, en esos primeros momentos de la epidemia, todavía era fácil comunicarse por teléfono o por internet. Pero, poco a poco, les había ido resultando más difícil. Y ahora, las infraestructuras de comunicación estaban destruidas o inutilizadas, y, en esas circunstancias, los treinta kilómetros que separaban sus ciudades eran una distancia casi insalvable. ¿Dónde estaría ahora? ¿Cómo estaría?
¿Estaría viva?
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A veces se ponía a pensar. A pensar en lo que pasaría si él se convirtiera en un zombi más. ¿A quién le importaría?
A veces los miraba actuar. Caminar solos, pero, casi siempre, varios en la misma dirección. Pero solos en realidad. Y, cuando encontraban una presa, atacarla juntos, no colaborando, sino, simplemente, actuando cada uno para sí, pero sin estorbar a los demás.
“¡Qué diferentes son de nosotros!”, pensaba entonces. “Nosotros no sabemos colaborar. Humanos como somos, somos incapaces de no competir por la comida, el agua, un vehículo, un arma… Y sin embargo, ellos son capaces de atacar a una presa sin competir por ella. Qué diferentes.”
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La situación era cada vez más desesperada. Sólo quedaban tres, y no había forma de salir de allí. Estaban en un cuarto piso y las escaleras estaban llenas de zombis. Entonces, Rafael vio una puerta abierta al fondo del pasillo.
- Vamos – dijo.
Él y sus dos acompañantes corrieron hasta esa puerta y la cerraron tras de sí con un pestillo que parecía muy resistente. Pero no podrían aguantar mucho más. El cerrojo parecía resistente, sí, pero la puerta quizá no lo fuera. Apenas tenían armas ni comida, y allí no había nada que les pudiera ayudar a resistir. Era cuestión de tiempo que la puerta se viniera abajo y esos monstruos acabaran con ellos.
Tal vez fuera mejor así. ¿Qué importaba ya? El mundo se había ido al traste y ya no quedaba nada ni nadie por lo que luchar  o por lo que seguir vivo. Nada importaba.
Escuchó golpes en la puerta y, de nuevo, volvió a sentir esa pulsación del instinto de supervivencia. Quería vivir, pero ya sabía que no duraría mucho.
Entonces tomó una decisión.
No lo iban a coger vivo.
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El despacho del psiquiatra estaba muy bien iluminado y tenía una decoración de un gusto bastante discutible. Pero eso daba igual. El doctor Cantalapiedra miró a Sara y a los señores Aguado y buscó las mejores palabras para expresar lo que tenía que decir.
- Parece que Rafael está cada vez peor – dijo al fin –. No sólo sigue convencido de que vive en un mundo infestado de zombis, sino que ahora ha conseguido que otros internos se crean su delirio. Se ha convertido en una especie de líder de la resistencia.
- ¿Qué quiere decir? – preguntó Sara, la que había sido novia de Rafael, mientras los padres de él miraban con los ojos encharcados de lágrimas.
- Que Rafael ahora vive en su propio mundo, sin contacto con la realidad. Cree que después de una especie de evento apocalíptico, el mundo está habitado por zombis, y que él es el líder de la resistencia. Otros internos, con trastornos similares al suyo, han comenzado a seguirle, y ahora mismo algunos de ellos se han convertido en un peligro potencial para sí mismos, para otros internos y, especialmente, para nuestro personal. Nos identifican con los zombis.
- ¿Y qué pueden hacer?
- Lo más inmediato sería recluir cada uno de los miembros de la “resistencia” en su habitación, atado a la cama y sedado, para poder empezar un tratamiento.
- ¿Y a qué esperan para hacer eso?
- A poder cogerlos. Se han hecho fuertes en el almacén del cuarto piso y no podemos entrar sin impedir que se hagan daño entre ellos o a los celadores. Necesitamos ayuda externa. 
 Entonces, un grito resonó desde el exterior, y, a través de la ventana, vieron el cuerpo de Rafael caer al vacío desde el almacén del cuarto piso.