jueves, agosto 31, 2017

No todo es debatible

Hace ya algún tiempo que llevo pensando que una de las posturas más peligrosas que podemos adoptar en nuestra sociedad es la de asumir que todo es debatible, que se puede confrontar dos ideas considerando ambas al mismo nivel. Debatir supone confrontar dos ideas diferentes para intentar llegar a un acuerdo, pero sólo tiene sentido cuando ambas ideas son igualmente válidas, y por eso creo que no todos los temas son debatibles, porque en muchas ocasiones las ideas planteadas no están al mismo nivel. Sin embargo, esta intención de debatirlo todo parte de la creencia posmoderna de que no existen verdades incuestionables, y por eso se cree que hay que debatir sobre todo.
Desde luego, hay temas que sí pueden ser susceptibles de debate, como puede ser la pertinencia o no de que haya religión en los centros educativos, o la pertinencia o no de que se celebre un referéndum en Cataluña. Sin embargo, hay temas en los que no cabe debate alguno.
Cuando alguien dice que es necesario el debate entre los antivacunas y los que consideran (consideramos) que son necesarias, no se está contraponiendo dos ideas iguales: se están contraponiendo unas creencias contra un consenso científico, lo que, desde mi punto de vista, invalida el debate mismo. De igual forma, si hablamos de que es necesario el debate entre fascistas y antifascistas, estamos diciendo que son igual de válidas las posturas antidemocráticas de los primeros y las posturas democráticas de los segundos. 
Un ejemplo de esto lo vimos el otro día en el programa Mad in Spain, se hizo un debate que era "¿Feminismo sí o feminismo no?", es decir, poniendo al mismo nivel una postura, la feminista, que busca la igualdad, con otra que la quiere impedir. ¿Eso es lógico? Como decía alguien en Twitter unos días después, "¿que será lo siguiente, democracia sí o democracia no?". Absurdo.
O al menos, así me lo parece a mí.

martes, agosto 29, 2017

Tirando del hilo

La pasada semana un hilo de Twitter nos brindó uno de los mejores momentos que se han visto en las redes sociales en bastante tiempo: el largo hilo elaborado por Manuel Bartual narrando unas extrañas aventuras que le sucedieron durante sus vacaciones. Y, desde mi punto de vista, ese hilo ha sido uno de los más entretenidos que he leído en mucho tiempo.
Se trata de una historia sencilla y que repite ciertos tópicos muy habituales de la literatura y el cine, pero que en este caso presenta la originalidad de haber sido contado sirviéndose de tuits, casi en tiempo real, y completándolos en ocasiones con fotos y vídeos, lo que significa que la historia fue mucho más allá de la narración convencional para ser mucho más atractiva para el público. A todo esto, además, se sumó la interacción constante de sus crecientes seguidores, que respondían a cada tuit e incluso creaban perfiles de los demás personajes de la historia para dar "otro punto de vista". En definitiva, la historia "creció" mucho más de lo que Manuel había previsto en un primer momento.
No sé si el autor, dibujante de la revista Orgullo y Satisfacción, quería tan solo conseguir más seguidores en la red social, o mostrar su capacidad para crear historias. Lo que sí sé es que fue una pasada ver un trending topic en el que no se discutía ni se insultaba a nadie, sino en el que tan solo se comentaba una narración, y también darme cuenta de que había gente que no acostumbra a leer que se había enganchado a esta extraña historia.
Sin embargo, a mí me pareció muy triste ver que hubo personas que se sintieron engañadas al darse cuenta de que era ficción, o que quisieron mostrar su superioridad intelectual diciendo que la historia ya se había visto en muchos libros o películas. Creo que ni unos ni otros entendieron nada. Desde mi punto de vista, lo interesantede este hilo de Twitter no es tanto la historia que cuenta como el uso de los recursos que nos ofrecen las redes sociales a la hora de contarla, lo que la convierte en algo muy original. Pero también el hecho de que Manuel ha creado un relato que, además de entretenido, resulta ser muy motivador y atractivo incluso para quienes no están acostumbrados a leer de manera habitual, haciendo que esas personas se acerquen a la ficción.
Y creo que desde ese punto de vista deberíamos verlo.

jueves, agosto 24, 2017

Cuaderno de viaje international edition: Nueva York y Puerto Rico (9-17 de agosto de 2017) Segunda parte



12 de agosto:
A pesar de que acabábamos de ducharnos, cuando nos subimos a la furgoneta que nos llevó al aeropuerto no teníamos muy claro ni qué hora era ni dónde estábamos, así que llegamos en “modo zombi” allí. Facturamos y descubrimos que finalmente vamos a salir en un vuelo anterior, así que decidimos tomárnoslo con tranquilidad. Un café para despejarnos y pronto al avión, que son cuatro horas hasta San Juan, capital de Puerto Rico.
Como volamos antes de lo previsto, nuestro transporte hasta el hotel no estaba preparado, pero pronto lo pudimos solucionar y llegamos a un pintoresco hotel en el Viejo San Juan, mientras veíamos a través de las ventanillas de la furgoneta pintadas contra la presencia estadounidense en Puerto Rico. Nuestra habitación todavía no estaba lista, así que, después de dejar las maletas en la consigna del hotel, nos fuimos a un restaurante cercano que nos habían recomendado para comer algo típico. Nos decidimos por un mofongo de carne y un ponche de la casa para beber, y de postre un bizcocho típico llamado tres leches.
De vuelta al hotel, vimos que en la habitación nos habían puesto una botella de agua y una fresquera llena de hielo, cosa que agradecimos mucho. Nos duchamos y descansamos un rato antes de salir a explorar el Viejo San Juan. Poco a poco fuimos viendo el distrito histórico de la ciudad, paseando, por ejemplo, por el Paseo de la Princesa, donde ese día había un mercadillo de artesanía, y viendo a un saxofonista que tocaba en la calle con mucho arte. Por la noche, antes de cenar, nos fuimos a un sitio en el que se comercializaba todo tipo de tabaco, pero en el que también se podía beber, y empezamos a conocer las cervezas locales, en este caso la Magna. Luego, fuimos a cenar a un restaurante italiano donde tomamos unas empanadillas y un calzone, también con cerveza.

13 de agosto:
Aunque no madrugamos tanto como cuando estábamos en Nueva York, sí que nos levantamos más o menos pronto para desayunar en el hotel y luego acercarnos hasta una playa cercana, justo delante del Capitolio de Puerto Rico, en la que estuvimos un rato no muy largo antes de volver al hotel, ducharnos y seguir conociendo la gastronomía de la isla en un restaurante cercano en el que las paredes estaban decoradas como si fuesen las páginas de un cuaderno y en el que nos informaron de que todos los martes por la tarde (y hasta la madrugada)  hay lecturas poéticas. Comimos un mero y bebimos cerveza Medalla, aunque luego, en lugar de decantarnos por un postre típico nos tomamos un postre que nos resultó mucho más decepcionante de lo que esperábamos.
Después de descansar en el hotel, porque el calor era muy grande, volvimos a recorrer el Viejo San Juan, pasando por sitios como la Universidad Carlos Albizu o la Plaza Mayor y viendo a un violinista que tocaba temas como el “Despacito”. Después, cenamos unas arepas de pescado y bebimos una cerveza Medalla para luego tomar un trozo de tarta de queso con guayaba. Tomamos una piña colada y una margarita en un local cercano al hotel, y luego fuimos hacia allí para descansar.

14 de agosto:
De nuevo madrugamos un poco para ir la playa, a la que se llega pasando por la plaza de Colón, y el rato que estuvimos allí lo pasamos sobre todo bañándonos en las cálidas aguas de la costa puertorriqueña. De vuelta al hotel a ducharnos para después salir a comer. Esta vez optamos por un restaurante en el que pincharon el “Despacito” tres veces seguidas (¿qué música tendrían el año pasado?), y allí comimos un mofongo de pescado regado con cerveza Medalla y de postre un flan de coco. Luego, al hotel a descansar y dejar que pasen las horas de más calor.
Por la tarde seguimos recorriendo el Viejo San Juan, pasando por una librería que nos había llamado la atención el día anterior, en la que me compré un par de libros de literatura puertorriqueña de los que puede que os hable más adelante. Después de hacer algunas compras más, fuimos al hotel a dejar lo que habíamos comprado y volvimos a salir a pasear por el barrio viejo, subiendo más hacia el norte. Una inesperada lluvia nos llevó a refugiarnos en un pequeño bar en el que seguimos degustando las cervezas locales. Luego, nos acercamos a un restaurante cercano al hotel para cenar, en este caso unos surullitos de maíz y una ropavieja con tostones, todo ello con cerveza. Volvimos al hotel a descansar.

15 de agosto:
Como no nos apetecía ir a la playa, nos levantamos con el tiempo justo para ducharnos y desayunar, justo antes de salir a recorrer el Viejo San Juan y hacer algunas compras. Sin embargo, antes de eso pudimos ver un desfile militar que pasó por delante del hotel y durante el cual una de las chicas que trabajaban en la recepción se refirió a los soldados como unos “idiotas colonizados”.

Esa mañana decidimos recorrer las fortificaciones, viendo su entrada y algunos de los castillos que se encuentran en la zona. Luego, comimos en un sitio por delante del cual habíamos pasado anteriormente unas masitas de dorado y un arroz con marisco, acompañados de cerveza Magna. De postre tomamos unos flanes de vainilla y de queso que compartimos.
Por la tarde seguimos recorriendo el barrio, recorriendo la muralla por su parte interior mientras escuchábamos el canto de los coquíes, que es como se conoce a las ranas que viven aquí. Durante este largo paseo pudimos ver pintadas contra la presencia estadounidense, y nos acercamos al Convento carmelita, a la iglesia de San José, por la que ya habíamos pasado esa mañana, o por la Catedral de San Juan. Y también pasamos por la residencia del Gobernador y por el Museo de Las Américas, donde estuvimos hablando con su guarda.
Antes de volver al hotel pasamos por el café en el que habíamos comido el domingo para cenar un mero regado con cerveza Magna, justo antes de disfrutar de las lecturas poéticas que había esa noche. Después, al hotel de nuevo, que mañana volvemos a casa.

16 de agosto:
Después de desayunar, al aeropuerto, para viajar durante cuatro horas a Nueva York. Allí, unos sándwiches de pastrami nos hicieron soportar hasta la hora de nuestro vuelo a Madrid (otras ocho horas).
Era por la mañana en España cuando tocamos tierra en Madrid, y en Barajas todavía tuvimos que esperar un rato para coger nuestro autobús, rato durante el cual, conocimos a una chica colombiana que estaba esperando a sus padres que llegaban de su país y que nos contaba que había estudiado en el mismo colegio que Sofía Vergara.
Por fin nos subimos al bus, pero todavía viajamos más de seis horas hasta Oviedo, porque, por un motivo que aún no entendemos, el autobús que sale de Barajas después está parado tres cuartos de hora en la Estación Sur de Autobuses. El cansancio de tanto viaje hizo que al día siguiente nos despertásemos a eso de la una de la tarde.

Conclusión:

Tanto Nueva York como el Viejo San Juan son dos sitios de los que nos enamoramos y a los que prometemos volver más pronto que tarde. 
Y os lo contaremos.

miércoles, agosto 23, 2017

Cuaderno de viaje international edition: Nueva York y Puerto Rico (9-17 de agosto de 2017) Primera parte


Preparativos:
Un evento de carácter personal que no viene al caso comentar fue el motivo por el cual C. y yo decidimos hacernos un viaje chulo para este verano. Después de mucho reflexionar, nos decidimos por un paquete cerrado que incluía unos pocos días en Nueva York y otros pocos en San Juan, la capital de Puerto Rico. Así que preparamos las maletas para irnos para allá.

9 de agosto:
El viaje empezó cuando de madrugada cogimos un autobús en Oviedo para ir hasta el aeropuerto de Barajas. Esta vez el viaje en autobús sirvió para que los dos pudiéramos dormir, de manera que esta primera etapa del viaje se pasó muy rápida para ambos.
Después de llegar al aeropuerto, allí estuvimos algunas horas para facturar, pasar controles de seguridad y esperar, y finalmente nos subimos al avión para afrontar ocho horas de viaje hasta el aeropuerto de Newark, que en realidad está en Nueva Jersey, no en Nueva York. Cuando llegamos y un transporte nos esperaba para llevarnos al hotel, empezó lo verdaderamente bueno de este viaje.
La verdad, durante el trayecto hacia el hotel nos transformamos, sobre todo yo, en unos híbridos de Paco Martínez Soria y fan de Woody Allen cuyas conversaciones giraban en torno a todo lo que estábamos viendo. “¿Has visto ese Ford Mustang?” “Te has fijado en ese rascacielos?” “¿Has visto ese taxi? ¿Y ese autobús escolar?” No puedo hablar en nombre de C., pero yo me enamoré de la ciudad antes incluso de poner el pie en ella. 
Llegamos al hotel, uno muy moderno y en cuyos ascensores sonaba música de películas y series de la tele, que está en el barrio de Hell’s Kitchen, al norte de la isla de Manhattan. Después de ducharnos, salimos a explorar, llegando hasta el teatro al que íbamos a acudir al día siguiente, en algunos momentos canturreando "New York, New York". Una cena en la terraza de un restaurante Tex-Mex cercano al hotel (quesadillas y enchiladas regadas con cerveza mexicana), en el que descubrimos que en los Estados Unidos en la carta no se ponen los impuestos indirectos y que en la cuenta se indica la propina que se espera que paguemos.
De vuelta al hotel, preparamos todo para el día siguiente.


10 de agosto:

El despertador sonó muy temprano, porque queríamos hacer muchas cosas. Después de un desayuno “típico” en el hotel (huevos revueltos, panceta frita y crujiente, y salchichas, con café y zumo), salimos a callejear por la ciudad. Nuestra primera idea era ir al edificio Chrysler, pero nos equivocamos de calle (una vez más, nuestra proverbial falta de atención), aunque eso no nos impidió pasar por delante de la sede de la revista New Yorker y del Madison Square Garden, y también encontrar donde comprar el New York Post y algunos regalos para las familias. Llegamos al Empire State Building, y entramos a visitarlo.
Los ascensores que llevan hasta los pisos superiores muestran un vídeo en su techo mientras suben, para que no nos aburramos. Desde el mirador de arriba, localizamos el edificio Chrysler, así que hacia allí nos dirigimos, parando antes en la estación Grand Central Terminal y pasando por delante de la Biblioteca Pública.
De allí nos fuimos hacia el Rockefeller Center, para subir al mirador Top of the Rock, desde el que pudimos ver Central Park y también el Empire State y el Chrysler. Eso sí, antes de subir, como teníamos que esperar media hora, nos comimos un bocata, para hacer tiempo y porque también había algo de gusa.
Antes de salir del complejo, pasamos por una librería, y allí empecé a sobrecargar de verdad mi maleta, con una copia de Matar a un ruiseñor, que el librero me dijo que era uno de sus libros favoritos.
Volvimos al hotel, no sin antes pasar por Times Square y ver al Naked Cowboy, y también pasando por delante de restaurantes como el Bubba Gump (basado en la peli de Forrest Gump) o el Lucille, que perteneció a B. B. King.
En el hotel descansamos un buen rato, porque la tarde-noche va a ser intensa, ya que teníamos que ir al Neil Simon Theatre para ver una nueva versión del musical Cats, compuesto por Andrew Lloyd Webber. En la cola para entrar conocimos a dos señoras muy majas, una de Ohio y otra de Texas, que, al escucharnos hablar entre nosotros en una lengua “rara”, nos preguntaron de dónde éramos. 

El musical, como mucha gente sabe ya, cuenta la historia de unos gatos (los gatos Jélicos) que deben decidir quién de entre ellos renacerá en una nueva existencia. El montaje es muy dinámico y resultaba sorprendente ver cómo la obra gustaba tanto a adultos como a niños. Después, cenamos una hamburguesa en un McDonald’s cercano, y al hotel, que mañana hay que madrugar mucho.

11 de agosto:
El despertador volvió a sonar muy temprano, porque este día queríamos hacer muchas cosas, así que nos levantamos a las seis y media, y, después de una ducha, nos lanzamos a la calle. Compramos el New York Times y la revista New Yorker y desayunamos en un Dunkin’ Donuts justo antes de, en Times Square, coger un metro hasta el muelle en el que cogimos el ferry hacia la isla de la Libertad para ver la Estatua. No la pudimos ver por dentro porque se nos había olvidado reservar la visita, pero sí hicimos muchas fotos alrededor y, de paso, nos compramos un facsímil de la Constitución de los Estados Unidos.

Otro ferry y nos dirigimos hacia la isla de Ellis, lugar al que llegaban los inmigrantes procedentes de todo el mundo y en el que hoy hay un interesante museo de la inmigración que, salvando las distancias, me recordó bastante al Museo de Indianos que hay en Asturias, sobre todo por la sobrecarga de información que se sufre al visitarlo. Con la promesa de volver en otra ocasión con más tiempo, nos volvimos de nuevo a Manhattan.
Nos acercamos al Memorial del 11-S, que visitamos con interés y respeto, justo antes de comer algo también típico de Nueva York: unos perritos calientes comprados en la calle. Después, nos acercamos hasta un outlet del que nos habían hablado, en el que pudimos comprar algo de ropa a un precio sorprendentemente barato. Desde allí nos dirigimos hacia Wall Street para conocer la zona financiera.
De vuelta al hotel para descansar, supimos que el transporte para llevarnos al día siguiente hasta el aeropuerto iba a llegar a las tres y media de la mañana, así que nos teníamos que acostar pronto. Salimos a cenar unos trozos de pizza cerca del hotel y a la cama, que mañana sí que hay que madrugar mucho.