Pues
sí, colegas. Resulta que Donald Trump es el Presidente electo de los Estados
Unidos (sí, ya sé que eso ya lo habían vaticinado Los Simpsons hace ya varios
años). Y este hecho, la verdad, me asusta mucho.
Sin
embargo, la cosa no es tan extraña como podría parecer. Hace poco ya vimos
resultados igual de sorprendentes, como la victoria del Brexit en el Reino Unido
o la del “no” en las negociaciones de paz con la guerrilla colombiana. Y esos
resultados no se deben a que la gente sea idiota, ni necesariamente manipulable
(al menos, no toda la gente).
Como
dijo hace algunos meses Michael Moore, puede deberse a que algunas personas
confíen en él por algún motivo, como el hecho de que sea blanco, o por
desconfianza hacia Clinton, o por mandar un mensaje. Pero también puede ser,
como se decía en un artículo que me pasaron esta mañana, porque haya personas
desencantadas con la política que le ven como alguien que puede cambiar las
formas de hacer política.
Sea
como sea, este multimillonario, a pesar de todas las perlas que ha ido soltando,
y a pesar de su racismo y su misoginia, ha ganado, y además con un enorme apoyo de la clase trabajadora.
No
obstante, no es algo nuevo. Ya lo vimos anteriormente. En momentos de crisis
aparecen líderes carismáticos que dicen lo que muchos no se atreven y hacen lo
que a muchos les gustaría, y así la Historia nos deja ejemplos como el de
Thatcher u otros más graves, como el de la Alemania nazi. Y es que el fanatismo ya sabemos que surge en momentos como este, y hay determinadas personas que son
más permeables a él.
No
sé, ahora mismo se abre una etapa de incertidumbre y yo no sé lo que puede
pasar.
Pero
tengo miedo…
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