jueves, agosto 11, 2016

Cuaderno de viaje: Madrid (5-8 de agosto de 2016)



PREPARATIVOS:
La idea de ir a Madrid en pleno agosto no fue casual, sino que se debió a la exposición sobre El Bosco que hay en el Museo del Prado. No es que tuviera decidido ir a verla, es verdad, pero cuando se inauguró, un vídeo de Metallica inspirado en las pinturas de El Bosco que compartí en Facebook dio lugar a una conversación con mi colega Silvicius que finalizó con la decisión de que me iba a ir con C. a ver la exposición y de paso patearnos Madrid y Alcalá.

PRIMER DÍA:
Como todos los viajes, el día de ir fue bastante soso. Seis horas de autobús (cinco y media para C., que fue desde Oviedo) hasta llegar a Madrid, una parada de tren para llegar a Atocha y, después de pasar por delante del Ministerio de Sanidad y del Centro Asociado de Madrid de la UNED, plantarnos en el hostal, en pleno Barrio de las Letras y a tiro de piedra de la Plaza de Neptuno, los museos Thyssen y El Prado, y el Hotel Palace. Una ducha para reinsertarnos en la sociedad y salimos a caminar por los alrededores, dándonos cuenta de que estábamos muy cerca de la librería del CSIC y del Congreso de los Diputados, y un poco más allá, del Teatro Reina Victoria.
En unos pocos minutos ya estábamos en la plaza de Canalejas, donde entramos en una taberna asturiana a tomar tranquilamente la primera caña del fin de semana. Después, otros pocos minutos de paseo nos llevaron hasta la Puerta del Sol y entonces decidimos comer algo. Entramos en el único Museo que conoce mucha gente, el del Jamón, así que el bocata que nos comimos en la misma Puerta del Sol, os imagináis de qué era.
Seguimos paseando por allí cerca, viendo el Ministerio de Hacienda y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, pero como estábamos cansados, decidimos irnos de vuelta al hostal, que el sábado hay que madrugar.

SEGUNDO DÍA:
Y el sábado hay que madrugar porque habíamos quedado con mi amiga Silvicius para que nos enseñara Alcalá de Henares, así que desayunamos rápido (en el Starbucks, porque no encontramos el sitio que nos habían recomendado en el hostal), y corriendo a Atocha para pillar un tren. A eso de las diez y media o poco más estábamos ya recorriendo Alcalá.
La colega nos fue llevando por los sitios que vale la pena conocer: desde el palacio del cardenal Cisneros a la Universidad de Alcalá, en cuyo Paraninfo se entrega cada año el Premio Cervantes (y en el que me enteré de que Jovellanos había sido alumno de esa Universidad). Después, una carrera hasta el corral de comedias, porque había que aprovechar la visita guiada que daba un amigo de Silvi, y que nos pareció de lo más interesante. Después, antes de la primera caña (con su tapa, claro)  para soportar el calor asfixiante, nos encontramos con una procesión de gigantes y cabezudos. 

Una visita a la casa natal de Cervantes, en la que, además, había una exposición de viñetas de Forges inspiradas en el Quijote. Después la visita al Museo Arqueológico Regional y otra caña con su tapa.
Vuelta a la Villa y Corte a media tarde, para descansar, y después salir a seguir tomando cañas, esta vez en una taberna en la Gran Vía. Después, nos acercamos hasta un bar en Chueca que me había recomendado el Garry, con la intención de salir de allí cenados. Y vaya si salimos cenados: eso fue demasiado. Seguimos pateando hasta llegar al Círculo de Bellas Artes y el centro cultural Blanquerna, y de allí al hostal.

TERCER DÍA:
Poco madrugamos el domingo, que se había que recuperar del sábado. Pero aún así, todavía tuvimos tiempo de, después del desayuno, patear Madrid para ver el Ayuntamiento, la Catedral de La Almudena, el Palacio Real, el Teatro Real… todo ello antes de tomar una cerveza y picar algo para luego volver al hotel y descansar, que la tarde va a ser larga.

Y es que habíamos quedado con Silvicius para ir todos juntos al Museo del Prado y ver la exposición de El Bosco, que nos dejó impresionados. Algo escribiré sobre ella en otro momento. Después, como la exposición se ven en tan sólo hora y media, corrimos a ver algunos cuadros de Velázquez, y también algún Tiziano que vimos de refilón. Luego, más cervezas, esta vez en un bar que se hizo conocido durante los disturbios de 2012.
La última cena en Madrid fue en la plaza de Santa Ana, cerquita del hostal y con la intención de volver pronto a él, que hay que hacer el equipaje.

Y LA VUELTA…
Y del lunes poco hay que contar, porque, igual que el viernes, fue día de viaje. Desayunar, dirigirnos a Atocha y de allí a la estación de autobuses y calzarnos otras varias horas hasta llegar a casa.

CONCLUSIÓN:
Madrid sigue siendo una ciudad que me gusta mucho, pero en la que sobre todo nos cruzamos con turistas, como nosotros mismos. No obstante, sí que hay algunas cosas que me llamaron la atención de la ciudad. En primer lugar, que casi no hay bancos en la ciudad. Como mucho, hay bloques de hormigón, normalmente al sol, supongo que para que la gente se vaya a las terrazas.
Pero, sobre todo, me resulta sorprendente la vida que tiene la ciudad, da igual la hora que sea, lo que hace que sea un sitio en el que es agradable estar.
A pesar del calor…



Créditos de las fotos: Todas las hizo C., que las hace muy bien.
Agradecimientos: Por supuesto, a nuestra colega Silvicius, que nos enseñó Alcalá como ella sabe.

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