lunes, agosto 17, 2015

Toros y tauromaquia

Hola a todo el mundo:
Estas últimas semanas hemos tenido la oportunidad de escuchar noticias muy diferentes, pero todas ellas de mucho calado. Por un lado, hemos podido escuchar aterradoras noticias sobre mal nacidos que mataban a sus antiguas parejas, dejándonos claro que todavía hay mucho que hacer en materia educativa para desterrar estas malas actividades. Por otro lado, hemos asistido con estupor al hecho de que un Ministro de nuestro Gobierno se haya reunido con un delincuente varias veces imputado, es decir, algo que en cualquier otro país habría supuesto la destitución del Ministro en cuestión, y, de paso, el cuestionamiento del propio Gobierno. Pero esto es España, y aquí nunca pasa nada.
Sin embargo, como bien sabéis, a mí no me gusta hablar de temas “serios” durante el verano, así que no voy a referirme a ninguna de estas cuestiones. Hoy prefiero hablar de cultura. O de algo así.
De todo@s l@s que me conocen es sabido que no me gusta el toreo. Un espectáculo que se basa en torturar y hacer sufrir a un animal no me parece divertido ni apropiado para nadie, y me cuesta mucho ver lo que pueda haber de de cultural o de artístico en él. Pero hasta ahora, yo nunca había recibido ataques por pensar así. Sin embargo, hace unas semanas, alguien muy cercano a mí, pero también muy amante de la llamada “fiesta nacional” me dijo que, tal vez, me “debería hacer mirar” mi falta de interés por los toros, ya que grandes intelectuales, como Hemingway, Picasso o Lorca, sí eran aficionados. Y eso me tocó las narices.
No solo por el hecho de que los ejemplos que me diera fueran lo bastante antiguos como para que fuera muy fácil decir que no es comparable porque “eran otros tiempos”, sino porque, por muy grandes intelectuales que fueran y por mucho que su obra pueda gustarme, eso no me obliga a pensar en todo como ellos.
Pero además, para venir a cabrearme más, no hago más que encontrarme con declaraciones de personas vinculadas al mundo del toro en las que atacan a los que no lo aceptamos, como el torero que nos despreciaba o el empresario de la plaza de Gijón, que decía que es peor para los niños un desfile de las fiestas del Orgullo Gay.
Todo eso, unido a las engañosas cifras del toreo y a otros datos que he ido conociendo últimamente, me lleva a concluir que el toreo no es más que un espectáculo que funciona solo gracias a las subvenciones públicas, y que cuando estas desaparezcan, desaparecerá con ellas, debido a la falta de interés y, sobre todo, a su total inviabilidad económica.
Y, desde mi punto de vista, lo único seguro es que si desaparece el toreo los que desparecerán con él serán los toreros, pero no los toros.

No hay comentarios: