jueves, agosto 20, 2015

Recorriendo La Mancha

Hola a todo el mundo:
Supongo que ya sabéis que este año se cumplen cuatrocientos de la publicación de la segunda parte de El Quijote, así que me pareció una excusa muy buena para volver a leerme esa obra que, como ya os conté en alguna otra ocasión, es mi libro favorito. Mi intención era terminarlo para el Día del Libro, pero una serie de compromisos laborales me impidieron leer todo lo que me hubiera gustado. Y luego, cuando por fin tuve vacaciones, decidí leerme otra vez la segunda parte apócrifa que escribió Avellaneda, para comparar. Así que hasta hoy no pude terminar de leer todo lo que tenía pensado y sentarme a escribir este texto.

Y sinceramente, sigo diciendo no solo que leer es uno de los mayores placeres que tenemos en esta vida, sino que leer Don Quijote de La Mancha es algo que hay que hacer (al menos) una vez en la vida. Y esto os lo dice alguien que se lo ha leído cuatro veces (y dos la falsa segunda parte). Así que yo creo que hay que leerlo…
Porque se trata de un libro maravillosamente escrito, en el que en clave de humor se hace una crítica no solo a las novelas de caballerías, sino a toda la sociedad de la época.
Porque nos presenta unos personajes, Don Quijote y Sancho, que, locuras de uno y simplicidades del otro aparte, dicen verdades como puños que siguen vigentes todavía hoy.
Porque nos hará reír a carcajadas en más de una ocasión.
Porque es una obra que nos cambia la vida.
Porque nos llenará de reflexiones interesantes.
Porque nos enseña que, muchas veces, es más interesante la fantasía que la realidad.
Y por muchas otras razones que, cada un@ tiene que encontrar al leerlo.

Y ya puestos, aprovechando que también me leí la segunda parte apócrifa, pues digo que, aunque vale la pena leerla para llevar a cabo la comparación, el texto de Cervantes es muy superior al de Avellaneda. No solo está mucho mejor escrito, con una prosa mucho más elegante y siendo capaz de desarrollar mejor los diálogos (por ejemplo, en los pasajes en los que Cervantes reproduce los muchos refranes que Sancho habría encadenado, Avellaneda se limita a decir cosas como “a partir de este momento, Sancho empezó a hablar diciendo una gran cantidad de refranes”), sino que, además caracteriza mucho mejor a los personajes.
En este caso, el ejemplo de Sancho es muy claro, porque el Sancho de Cervantes es inculto porque no ha podido estudiar, pero no es tonto, mientras que el de Avellaneda es un labrador tonto, incapaz de aprender y sucio, siendo esto último lo que más puede sorprender a quien conoce el personaje creado por Cervantes.

Y ahora, como cierre de este texto, me gustaría recordar lo que había escrito hace ya unos cuantos años, cuando dije que, al final de El Quijote, el que muere es Alonso Quijano, el honrado hidalgo manchego que, por fin, ha recuperado la cordura, pero no Don Quijote.
Y es que Don Quijote no puede morir.
Porque Don Quijote es fantasía.

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