Este fin de semana
fui al cine. Y de la misma forma que a veces veo pelis que me gustan
mucho, como El Niño, esa noche vi una que me pareció muy mala,
Lucy. Una pérdida total de tiempo, una historia muy mal aprovechada.
Y sin embargo, al
día siguiente, me topé con un debate muy interesante en la radio,
también sobre historias, pero no sobre historias cinematográficas,
sino sobre historias literarias. Un debate sobre el placer de leer.
Entonces me puse a reflexionar.
Siempre he leído
mucho, desde muy pequeño. Empecé con tebeos de Mortadelo y Filemón
y Zipi y Zape, y, poco después, también de Asterix. Nunca me
llamaron los tebeos de Tintín, aunque sí vi sus versiones animadas,
ni los de superhéroes, aunque me gustan las películas basadas en
ellos. Después, cayeron en mis manos libros infantiles, con
historias en las que niños como el que yo mismo era vivían las
aventuras que yo hubiese querido vivir. Y luego, esos libros que se
escribieron para adultos pero que considero que fueron el mejor
alimento de la imaginación de aquel niño que era yo, como los de
Julio Verne.
Pero, por más que
pienso, no recuerdo el momento en el que esos libros se me quedaron
pequeños y me lancé a leer otros más densos. Sí que recuerdo que
mi chulería hizo que El Quijote cayera en mis manos a una edad muy
poco apropiada, y por eso, de las tres veces que me lo he leído
hasta el momento, la primera fue la que menos aproveché y la que
menos disfruté. Pero no sé cuándo o por qué decidí que quería
leer otros libros “adultos”.
Solo sé que desde
entonces, encima de mi mesa siempre ha habido algún libro que estaba
leyendo. A veces de narrativa, claro, pero otras veces son cosas más
técnicas. De Historia, evidentemente, pero también de Arte, Música,
Política, Geografía, incluso de Economía. O cosas más específicas
y menos “esperables” en alguien como yo, como la tecnología. A
veces me pregunto si lo mío con leer no será una compulsión casi
malsana, o incluso un acto de rebeldía.
Pero del debate de
esa mañana me surgió una duda que, tal vez, sea la más importante.
Si algún día seré capaz de transmitir mi pasión por la lectura a
otras personas, a alumn@s o, quién sabe, a hij@s.
Y esa duda es la que
me parece más trascendental.
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