domingo, noviembre 24, 2013

Un poco de cine festivalero

El pasado jueves, aprovechando que se estaba celebrando el Festival de Cine, me acerqué hasta el Teatro Jovellanos para ver alguna película poco comercial. Y eso que el día no acompañaba, eh, que llovía a mares, y precisamente por eso, ni mi colega ni yo teníamos demasiado interés en acercarnos. Pero al final, le echamos valor y fuimos para allá, a ver una peli que se titula Sobran las palabras.


La película, escrita y dirigida por Nicole Holofcener  , va de una mujer divorciada, Eva (interpretada por Julia Louis-Dreyfus), que empieza a salir con Albert (James Gandolfini, el de Los Soprano), un hombre al que acaba de conocer, a la vez que traba amistad con la que resulta ser la exmujer de él. Así que, mientras ella intenta que la relación avance, escucha a su nueva amiga despotricar de su exmarido, sin atreverse a decirle que ella está saliendo con él. Además, su relación con su hija y con una amiga de su hija complica un poco más su vida.
Es una película divertida, entretenida y que se pasa en un suspiro, casi sin darnos cuenta.
Muy recomendable.

sábado, noviembre 23, 2013

Cuchillas de muerte

Muy buenas:
Estos días hay un tema que me tiene muy preocupado. O por lo menos más preocupado que otros. Se trata de las cuchillas que se han instalado en las vallas que impiden que los inmigrantes ilegales salten a Melilla, y más desde que el viernes el Gobierno decidiera, basándose en un informe del Ministerio del Interior, que no es buena idea quitarlas.
Esas cuchillas, como su nombre indica, cortan, y, por lo que se ha podido ver en los informativos, cortan mucho. Se instalaron el pasado 31 de octubre, y se justifica que estén allí por su supuesto poder disuasorio.
¿Sabéis lo que opino yo? Que esas cuchillas hay que quitarlas, y cuanto antes. Porque no disuaden a nadie, el hambre va a seguir haciendo que la gente se juegue la vida en busca del “sueño europeo”, porque el hambre es muy poderosa. Podríamos decir que se la van a seguir jugando porque más “chuchillás” da el hambre.
Está claro que, desgraciadamente, la valla tiene que estar porque hay que proteger las fronteras. Pero con un poco de humanidad, hombre, que esas personas no vienen a atacarnos en una guerra, son personas que vienen a buscar una forma de ganarse la vida.

miércoles, noviembre 20, 2013

Una lectura recomendable

Hola a todo el mundo:
Hoy me apetecía escribir sobre el último libro que leí, que terminé ayer mismo. Lo escribió el inglés Owen Jones y se titula Chavs: La demonización de la clase obrera.

El colega Jones, nacido allá por 1984, es un escritor, comentarista y activista de izquierdas que colabora con medios como The Guardian o The Independent, y que además ha trabajado en el Parlamento en grupos de presión sindicales. Con todo esto que os cuento, más o menos os haréis una idea de por dónde van los tiros con este libro.
Y es que con Chavs (título que hace referencia al término peyorativo con el que los ingleses se refieren a los jóvenes de clase baja y, en general, a la clase obrera), el autor intenta explicar cuál es la situación de la clase obrera británica y como esa situación ha cambiado desde el proceso de desindustrialización derivado de las políticas de Thatcher.
Así, Jones nos cuenta, apoyándose en una abundante bibliografía, el modo en el que la desindustrialización dejó sin empleo a muchísimas personas, como el cierre de las minas, fábricas y astilleros (y la negativa a crear alternativas) sumió en la ruina a regiones enteras en las que el trabajo escaseaba, y, por último, como la pérdida de poder de los sindicatos, hizo que esos mismos trabajadores perdieran la voz.
Hecho eso, el partido que siempre había apoyado a los trabajadores, el Partido Laborista, empezó a desarrollar políticas más propias de la derecha, y así las clases trabajadoras perdieron a quien les había representado y, a la postre, su interés por la política.
Y explica también como, una vez que este proceso ha culminado, la clase baja, la clase trabajadora se ha convertido en el objeto de unas burlas que, si fueran dirigidas hacia minorías étnicas o religiosas, serían políticamente incorrectas. Burlas que se ven a través de las comedias televisivas (cita como ejemplo el personaje de Vicky Pollard en la serie Little Britain), pero también en los comentarios de muchos periodistas afines al Partido Conservador y, cada vez más, a un Partido Laborista que parece que no tiene interés por los trabajadores.
Por supuesto, todo lo que dice no solo lo apoya en bibliografía, sino también en entrevistas, y, de hecho, recoge una cita de un político conservador que le habría dicho “Lo que debéis comprender sobre el Partido Conservador (…) es que es una coalición de intereses privilegiados. Su principal propósito es defender ese privilegio. Y el modo en que gana elecciones es dando solo lo justo al número justo de personas”. Y esa manera de pensar se vería cada vez más en la política británica.
Pero en este libro se explica también algo que me pareció muy relevante: los motivos para el ascenso de los movimientos de ultraderecha en el Reino Unido. Porque, como dice, si bien los movimientos de extrema derecha suelen crecer en épocas de crisis, en los años treinta lo hicieron exagerando el “peligro comunista”. Sin embargo, ahora que el movimiento obrero es cada vez más débil y que, en el caso concreto del Reino Unido, el poder sindical es casi nulo, todo ello unido al desencanto que provocan los partidos mayoritarios, los partidos de ultraderecha, con el Partido Nacional Británico como ejemplo más importante, se estarían presentando como los verdaderos defensores de la clase obrera, utilizando una retórica populista y simplificadora que, en lugar de buscar soluciones a los problemas, busca culpables.
En definitiva, Chavs es un libro que vale la pena leer, porque es una buena herramienta de reflexión.

jueves, noviembre 14, 2013

Macarradas

Hola a todo el mundo:
Echad un vistazo a este vídeo que os pongo.


Seguro que ya lo habíais visto. Divertido, ¿verdad? Dos macarras frente a frente poniéndose chulos. Pero lo triste es que no es una película, es la vida real. Pasó esta misma semana. Y no en una calle oscura de un barrio marginal, sino en un Parlamento autonómico.
Evidentemente, las formas no son las mejores, y no son ni lejanamente apropiadas. Pero sí que son un ejemplo del nivel de indignación al que está llegando la sociedad.
Porque cuando vemos que los responsables de la crisis no solo no asumen ninguna responsabilidad por sus desmanes, sino que salen todavía más enriquecidos de lo que estaban, mientras que la gente honrada pierde su trabajo o su casa, pues es normal que la gente se indigne y se cabree. Y cuando escuchamos las declaraciones cínicas y prepotentes de estos terroristas financieros (o de su brazo político, que está en el Gobierno y lo lleva estando desde hace mucho, porque para esto la diferencia entre PSOE y PP es bastante escasa), pues nos seguimos enfadando.
Y por todo eso, me temo que este tipo de muestras de indignación pueden llegar a ser cada vez más habituales.
Si yo fuera Rodrigo Rato o cualquier otro de su calaña, tendría miedo. Porque puede darse el caso de que un día se dirija a él alguien que, en lugar de gesticular con una sandalia, le pegue con ella.
O con algo peor.

viernes, noviembre 08, 2013

Postureo cultural

Hola a todo el mundo.
Hace un par de semanas o poco más estuve en un encuentro con el director de cine Michael Haneke, con motivo de la concesión del Premio Príncipe de Asturias. Fui con mucha curiosidad, porque solo había visto un par de películas suyas, y sus palabras me enseñaron mucho sobre crear y contar historias. Y me llamó mucho la atención que había muchísima gente. El Teatro Jovellanos estaba abarrotado.

Lógicamente entre toda esa gente habría grandes fans del director y de su cine, pero también gente que, como yo, lo conocemos poco pero teníamos interés por profundizar, y también gente que, sin conocerlo, quería saber de qué iba su cine con vistas a conocerlo. Pero seguramente, también habría gente que fue solo para aparentar y tirarse el rollo. Solo por el postureo y el aparentar
Que siempre gente así, eh, y además en todas partes. Son los que dan la brasa con la última película de moda sin haberla visto. Que ponderan hasta la saciedad libros que ni han leído ni leerán jamás. O que hablan maravillas (o critican) a tal o cual grupo (o a tal o cual escritor o director de cine o lo que sea) que nunca han escuchado.
Todos hemos conocido gente de esa calaña. Ahora mismo recuerdo a una compañera de Facultad que iba todos los días cargada de libros que, por supuesto, nunca leyó. Y a otro con el que, recién licenciados, tuve una discusión sobre la obra del griego Estrabón que, al darme cuenta de que, en realidad, no había leído, yo zanjé ofreciéndome a dejarle la copia de su Geografía que está en mi estantería.
Y es que no os voy a mentir, colegas. A mí esa gente me carga mucho.

jueves, noviembre 07, 2013

Cuaderno de Viaje: Salamanca (10, 11 y 12 de octubre de 2013)

Hola a todo el mundo.
Hoy voy a contaros mis aventuras por Salamanca hace algunas semanas, cuando Pedro y yo nos acercamos a ver al colega Daniel, y, personalmente, yo a conocer una ciudad en la que solo había estado de paso.
PREPARATIVOS:
La idea de visitar Salamanca la teníamos desde que este verano Daniel había venido a Gijón a conocer la ciudad, y desde entonces, le debíamos una visita. Así que Pedro y yo empezamos a buscar fechas, y decidimos que íbamos a pasar tres días, de jueves a sábado, que íbamos a ir en autobús, y que nos íbamos a quedar en un hostalillo relativamente céntrico y, sobre todo, muy barato.
Con todo listo, el miércoles día 9 me acosté, con esos nervios que preceden a todos los viajes.

JUEVES DÍA 10:
El despertador sonó demasiado temprano, porque por un motivo que todavía no alcanzo a comprender, Pedro había conseguido convencerme de que lo mejor era irnos en el autobús de las siete de la mañana. A las seis y media, una llamada perdida en el móvil me indicaba que Pedro y su padre me estaban esperando en coche a la puerta de casa, para dirigirnos a la estación de autobuses.
A las siete, nos sentamos y nos dispusimos a encarar unas cinco horas y media de viaje durante las cuales Pedro habló de Mario Conde, yo de Death Metal ruso, y los demás viajeros que estaban a nuestro alrededor nos miraban raro. No sé por qué, la verdad.
A eso de las doce y media, llegamos a Salamanca y Daniel ya nos estaba esperando. Nos acompañó al hostal, dejamos las maletas, y los tres empezamos a callejear por la ciudad, viendo los primeros monumentos (la Catedral y el edificio histórico de la Universidad) y buscando algún sitio donde comer. Nos decidimos por un restaurante que, sinceramente, prometía mucho más de lo que cumplió.
Después de comer algo más de callejeo, hasta que a media tarde, Pedro y yo nos fuimos al hostal para intentar (sin éxito) dormir un rato y ducharnos antes de volver a quedar con Daniel para cenar y conocer la noche salmantina. La ducha fue con agua fría porque la comunidad de vecinos había decidido hacer arreglos en la caldera. Después pudimos hablar por primera vez que otras personas que estaban alojadas en el hostal.
Nos fuimos a cenar y Daniel nos llevó a un restaurante donde tomamos embutidos y vino de la tierra. Todo muy típico. Y luego, a salir de bares con un amigo suyo. Lo que no tengo claro es como se produjo el paso de estar bailando con unas becarias Erasmus a estar cantando en un karaoke. Tengo que investigarlo más.
A eso de las seis, nos acostamos.

VIERNES DÍA 11:
Casi no habíamos dormido cuando nos levantamos y yo decidí buscar un supermercado en el que comprar champú, porque a mí se me había olvidado llevarlo y a Pedro se le estaba terminando, con la intención de ducharme (con agua fría) antes de desayunar. Cuando vuelvo, Pedro me comunica que esta vez la comunidad de vecinos había decidido cortar el agua durante varias horas, lo que suponía que no nos podíamos duchar, y que en el hostal no se podía preparar café. Así que nos fuimos a desayunar a otro hostal del mismo grupo, en el que ya esperaban que nos presentáramos todos los alojados en el nuestro.
Después del desayuno, volvimos a quedar con Daniel para conocer la ciudad. Este día nos tocó conocer el Archivo General de la Guerra Civil (en cuyo edifico además está la Logia Masónica, que se puede visitar), una librería especializada en temas de Historia y Humanidades y de la que me enamoré perdidamente, la Casa Lys, y el verraco que aparece mencionado en el Lazarillo de Tormes. Después, Daniel nos llevó a conocer la biblioteca de la Universidad y buscamos donde comer.
Después de comer, volvimos al hostal, para intentar dormir algo (otra vez, sin éxito), y ducharnos, esta vez ya con agua caliente, y volvimos a salir de noche. Buscamos un sitio en el que cenar mientras veíamos el partido (no recuerdo cuál) de la jornada, y después, salimos. El primer garito estaba decorado como la cubierta de un barco y en él las cervezas estaban a un euro y dos por una. Con razón estaba lleno.
Continuamos recorriendo la noche, con algún que otro altibajo, y llegamos al hostal a las seis y media de la mañana.

SÁBADO DÍA 12:
De nuevo dormimos poco, esta vez porque en la habitación de al lado había una familia cuyos hijos estuvieron llorando, corriendo por el pasillo y haciendo ruido desde las ocho de la mañana. Así que venga, ya que no podemos dormir, vamos a levantarnos, darnos una ducha, y desayunar, que todavía queda mucho que hacer.
Debían de ser las once cuando salimos del hostal (por cierto, qué grande fue cuando las chicas de recepción nos preguntaron si nos había molestado la fiesta que unos que estaban alojados allí habían montado a eso de las cuatro y nosotros les respondimos que, como habíamos llegado a las seis y media, ni nos habíamos enterado; omitimos decir que, si hubieran estado levantados cuando llegamos, es posible que nos hubiéramos unido a la fiesta).
Callejeamos por el casco viejo, y, como todavía faltaba un rato para reunirnos con Daniel, decidimos separarnos para hacer cada uno las compras que considerase. Yo opté por un platito decorativo para mi abuela, una botella de vino de la tierra para mis padres y algunas cosillas más para una persona muy especial. Cuando volví a la Plaza Mayor, ellos ya me estaban esperando, y yo les dije que me iba a acercar al hostal a dejar esas cosas, mientras ellos me esperaban en un café que frecuentaba Gonzalo Torrente Ballester. Cuando volví, ellos estaban sentados en la mesa en la que hay una estatua del escritor (que, por cierto, fue tío de una profesora de Historia Medieval de la Universidad de Oviedo).
El sitio en el que decidimos comer fue Casa Paca, el que, según dicen, es uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Fue la mejor comida del viaje, y, por supuesto, se alargó mucho, desde las dos de la tarde hasta las cinco.
Entonces, a correr al hostal a por los bártulos, a coger un autobús urbano hasta la estación de autobuses y a esperar el que salía a las seis y media para Gijón. Cuando nos subimos, todavía tuvimos una hora, hasta que paramos en Zamora, en la que Pedro y yo tuvimos humor para cambiarnos los reproductores de música y bucear entre los gustos musicales del otro. Pero después de Zamora, eso de dormir seis horas en tres días nos pasó factura, así que Pedro se quedó dormido y yo di varias cabezadas. A eso de las doce llegamos a Gijón y mis padres nos estaban esperando.

CONCLUSIÓN:
Pues eso, que Salamanca es una ciudad preciosa, con mucho que ver y mucho que hacer, tanto de día como de noche. Claro, que eso es lo que hace que dormir sea casi una pérdida de tiempo.
Habrá que volver con más tiempo.

Y ahora, algunas fotos poco típicas hechas con los móviles:
¿A que nadie sabía que en Salamanca hay un monumento al empresario? Pues ahí lo tenéis. Igualito a la peña de la CEOE, ¿verdad?

En una restauración reciente de la Catedral pusieron esa escultura de lo que parece un astronauta. Eso lo ven los del canal de Historia y tienen para una temporada entera de su serie Alienígenas.
Y esta foto no la hice yo, pero ahí estoy con mis compañeros de andanzas.

miércoles, noviembre 06, 2013

Terrorismo

Hola a todo el mundo:
Hoy voy a escribir sobre un tema polémico. Pero que muy polémico. Tanto que apunto estuve de no hacerlo para no buscarme más enemigos de los que ya tengo. Y es que hoy voy a escribir sobre la llamada Doctrina Parot. ¿Y por qué lo hago ahora, cuando ya han pasado más de dos semanas de toda la polémica? Pues porque este tiempo lo he dedicado a leer, escuchar, reflexionar y formarme una opinión (personal e intransferible) sobre este tema tan complejo. Pero empecemos por el principio.
Corría el año 1973 y, todavía durante la Dictadura, se promulgó un Código Penal que se mantuvo en vigor durante bastante tiempo. En este Código Penal se decía que, independientemente de la cantidad de años a que hubiera sido condenado un delincuente, no podría pasar más de treinta entre rejas. Y también que, mientras estuviera en la cárcel, podría redimir un día de condena por cada dos que participara en determinadas labores, por lo que esos treinta años de cárcel podrían llegar a quedarse en quince.
Sin embargo, en 2006 se decidió promulgar una doctrina según la cual, esa redención de condena, en lugar de aplicarse al máximo que una persona podría estar en la cárcel, debería ser aplicada al total de la condena. Esta doctrina se aplicaría a esos delincuentes que, por la extrema gravedad de sus crímenes, estaban condenados a penas excepcionalmente altas (esas que escuchamos por la tele de no-sé-cuántos-mil años), y se conoce popularmente como “Doctrina Parot” porque Parot se apellida el etarra al que se le aplicó por vez primera.
Pero al promulgar esa doctrina legislativa, también se quiso que fuera retroactiva, es decir, que no solo fuera aplicable a quienes fueran juzgados y condenados a partir de ese momento, sino también a aquellos que ya habían sido juzgados y condenados con anterioridad. Y así se dio el caso de que incluso un etarra volvió a la cárcel después de haber salido.
Y es esta retroactividad en lo que se basa la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Porque resulta que la aplicación retroactiva de las leyes no es legal, e incluso, en el caso de España, es incluso inconstitucional, porque va en contra del artículo 9.3 de la propia Constitución Española. Y eso es lo que se dice en la sentencia, en la que no se deroga la Doctrina Parot, sino su aplicación retroactiva.

Vaya por delante que no me hace maldita gracia que haya asesinos o violadores que salgan a la calle por la derogación de esta retroactividad de la Doctrina Parot, pero si la retroactividad no es legal, tenemos que aguantarnos. Lo que habría que hacer, creo yo, no es legislar a golpe de telediario para castigar los delitos más mediáticos, sino hacerlo con sentido suficiente como para que esas leyes que se promulguen no entren en conflicto con las que ya existen o con la misma Constitución (que es la ley suprema). Si se quiere que esos delincuentes cumplan íntegramente sus condenas, habría que buscar formas de que lo hicieran que no supusieran saltarse las leyes que ya existen.

Y ahora hablemos del caso concreto de la etarra Inés del Río, la primera beneficiada de esta derogación. Mató a veinticuatro personas y pasó veintiséis años en la cárcel. A todas luces cumplió una pena irrisoria (de mucho menos de dos años) por cada vida que arrebató. Pero, ¿la pena hubiera sido menos irrisoria si hubiera pasado cuatro años más en la cárcel? Pues no, porque seguiría pasando en la cárcel mucho menos de dos años por cada persona a la que mató.
Y al finalizar esa condena de treinta años, sus correligionarios habrían ido a esperarla a la salida de la prisión igual que hicieron el otro día, y sería recibida igualmente como una heroína de la causa. En ese sentido, no hubiera habido cambios.

Por último, me gustaría pensar en quienes dicen que esta sentencia de Estrasburgo es una victoria de ETA. Porque no lo es. ETA no ha conseguido nada. Lleva más de cuarenta años matando y no ha obtenido lo que buscaba. El País Vasco y Navarra siguen siendo dos Comunidades Autónomas diferentes dentro de España, y el País Vasco francés sigue perteneciendo a Francia. Esa sentencia no puede ser una victoria de ETA porque ETA está derrotada, y es en eso en lo que debemos centrarnos todos los que pensamos que las ideas deben defenderse con argumentos y no con bombas.